Mi pene debe estar enojado conmigo.
He escrito acerca del cuerpo femenino y he
recabado cuanta información pude de sus características y cavidades. He vaciado
sobre él mi húmedo deseo y unos cuantos versos. Pero he descuidado mi propio
cuerpo. Mi paladar, mis lunares, mi saliva espesa, el cerumen de mis oídos, mi
sangre densa, mi bendito pene.
Y no soy tan narcisista para desearme más que
un próspero año nuevo. Luego camino, escribo y leo en inconsciencia de mi pene.
Tal vez porque entre los dos ya está todo dicho y es nuestra relación más utilitaria
por ser propios ambos y no ajenos.
No le he escrito nada a mi pene, quizá porque
no es del tipo de pene metafórico sino un pene natural. Hiperrealista.
De algún modo, la mujer, al ser otro cuerpo, se
brinda más a la imaginación. Desde el ojo y sentimiento del hombre, el cuerpo
de la mujer es más elevado, plástico y sublime y, puede ser, que el pene, tan
tubular como un bolígrafo, sea el que escribe al otro cuerpo.
Eso dice muy bien de los penes en general,
porque es un acto de galantería, humildad y elogio. Nunca dice “Yo soy el
pene”, sólo dice “tú” y busca, de por sí, todo el otro cuerpo.
Me sorprenden, en buen sentido, las mujeres
escritoras que hoy, con absoluta soltura dicen “vulva” o “vagina” y a nosotros
nos cuesta siglos decir “pene”. Las mujeres sienten el cuerpo arrebatado y por
tanto dicen: “Esta vagina es mía y no tuya”. Entonces nosotros sentimos que
algo cuelga, no encaja y metemos la mano en el bolsillo para acomodar el paso y
hacemos como si nada pasara.
Ahora, en este momento, que me he puesto a pensar
en el asunto, me pregunto cómo le digo a mi pene que no es dueño de nada. Pero él
seguirá sin problema su vida de pene y me dictará unos cuantos versos de su
propio deseo y yo no podré decirle nada que robustezca su orgullo de pene, que
lo haga henchirse de felicidad.
Tal vez espera también palabras ajenas o se
mantenga extraliterario, ecuánime y más bien me vaya diciendo en un momento
adecuado o no: “Hoy hay deseo” y se humedezca enviando también sangre al
cerebro y pensemos juntos en una mujer, o en dos, o tres.
Pero quizá no se siente enfadado y es más bien
como un padre pene que me deja ser. O un hijo pene que espera mi protección y
condescendiente aprobación y consentimiento sobre todo lo que hace.
Ahora no se puede decir sin más “mi pene soy
yo” y no es bien visto salir por ahí y decir sencillamente y sin malicia “Mi
pene le envía un cariñoso y alegre saludo, señorita”. Es una tamaña majadería y
no lo dice la iglesia que le encanta hablar de palomas. No. Hoy está de moda el
silencio de los penes.
Por tanto, habrá que sacarle provecho al
misterio. Eso puedo decirle: “Amado e inefable pene, desde hoy serás un héroe
enmascarado en mis calzoncillos. Yo escucharé tu voz justiciera cuando el
corazón con su cobardía púdica se niegue a sentir. Será un secreto entre los tres.
Nos conseguiremos una mujer que te hable, que te atienda como se debe, para
ocuparnos de ella como ella se ocupa de ti. Faltará para que salgas de temas
vulgares en chistes de sobremesa y sea aún la mujer el cuerpo dominante en la
poesía. Lo cual para mí no está nada mal. Los hombres y los penes no tenemos
mucho que decir sobre nosotros, simplemente somos así”.
Al final, si algún poema quisiera ya me lo
hubiera pedido mi pene. Además ¿para qué quiere hablar un pene si lo suyo es escupir?
Es algo grosero, pero es su salvaje modo de ser, sin el cual, la vida se
extinguiría.
Sólo queda decir: “Amado pene, te quiero como a
mí mismo. Gracias por tu indiferente independencia. Basta que nos rompan el
corazón, pero que no nos rompan las pelotas”.
Otra vez metemos las manos en los bolsillos,
acomodamos tiempo, pensamientos y seguimos camino.